Un balcón de deseos y devoción

Estabas en el balcón, tararéando alguna canción mientras mirabas las estrellas, tal parece que te inspiran, son como ojitos que te miran, y tú, le dedicabas salmos con gran esplendor.

Me acerco a ti, y me atrevo acariciarte la cintura, a besarte la nuca, mientras saludo tu cuello y te pregunto; ¿Cómo estás amor?

Te alegras, me sonríes, y sigues con tu tarareo,
algo angelical.

¡Que sensación, que invitación!

Bailas en un sigilo, en la liviandad de la noche, acompañándote solo el coro de los coquies, y te siento feliz.

El aroma de tu pelo me acaricia,
El perfume de tu pelo me eleva.
Mi cara, mi rostro, no quiere otra cosa, sino saborearte a ti, allí en el balcón.

Mi nariz como pincel te pinta el cuello, lo traza, mis sentidos se van embriagando cada vez mas de ti, de tu perfume, y de tu esencia. No puedo soltarte, te siento de mi.

Siento tu energía, ya tu deseo, no puedo soltarte, ya tus cuerdas están afinadas, y claman un ¡te quiero!

En realidad eso es lo que anhelo, escuchar pedir, escucharte gritar tus instintos y ver brotar tus ungüentos.

Ya casi brota por tu boca
un cántico bañado de jadeos,
Ya siento tus manos
acariciando mis deseos.

¿Me permites?
es una pregunta.
Nuestros cuerpos conocen el misterio.

Una mano guiando a la otra
a conocer el camino
y a sentir los ungüentos.

Cual lazarillo
que le lleva por el jardín
de pétalos y flor.

¿Y la boca?
lame del rocío
que brota del canto,
que sale del cántaro,
para saciar y arrancar
el deseo de su amor,
y hacer morir su dolor.

Todo ésto se desborda allí,
en nuestro balcón,
y las estrellas son testigos,
de que nos amamos
con gloriosa pasión.

M.